divendres, 23 d’octubre del 2009

Apagando mi despertador


Hoy más que nunca, el individuo moderno vive sumido en una particular carrera de obstáculos en la que controlar el cronómetro hasta la milésima determina nuestra existencia. Las ciudades se vuelven anónimas y levitamos, sumidos en nuestro peculiar universo de intereses. La prisa es el motor de todas nuestras acciones y la cinética de grand prix envuelve nuestra vida acelerándola, economizando cada segundo, rindiendo culto a una velocidad que no nos hace ser mejores.
Hay que ser el más rápido, el más guapo, el más listo, el mejor amigo, el mejor hermano, el mejor hijo, el mejor novio, el mejor amante, el trabajador del año, el el el el el…
Hay que, hay que, hay que, hay que, hay que...
Estas son frases que creo que llevan demasiado tiempo ocupando mi vida, y a las que llevo el mismo tiempo intentando poner remedio.
Dicen que la clave reside en un juicio acertado de la marcha adecuada para cada momento de la carrera diaria. Que hay que saber correr cuando las circunstancias apremian y saber soportar el temido estrés que en demasiadas ocasiones nos embarga. Pero lo más importante, hay que saber detenerse y disfrutar de un presente prolongado que en demasiados casos queda sepultado por las obligaciones del futuro más inmediato.
Pues ahí andamos, poniendo un poco de juicio, que ya va tocando, no?
Llegar tarde a citas porque me quedé embobada con un arco iris después de un intenso día de lluvia, aprender a decir que no asumiendo los “daños colaterales” (nunca pensé que yo usaría esa palabra!), aprovechar la manta de ganchillo de la abuela para esos momentos sofá, pasear sin rumbo…
Y si cariño, coger almendras! Cuando tu quieras nos retiramos a coger almendras!