Este fin de semana, en La Vanguardia, leí este artículo de opinión.
Esa misma mañana, en la playa, había estado discituendo con mis padres sobre ello.
Queria haber escrito yo, pero la verdad es que en verano soy un poco "inútil laboral", así que me limito a transcribir lo que leí, pues sus palabras sobran:
"La directora de personal de una empresa que ofrece horario flexible de entrada de 8 a 10.30 de la mañana recibió la visita de la madre de uno de sus empleados: "Tenga paciencia con mi hijo. Sale por las noches, vuelve tarde y por la mañana le cuesta mucho levantarse...". El chico llegaba a la empresa entre las 11.30 y las 12 de la mañana. Por supuesto, no le renovaron el contrato. Cada vez con mayor frecuencia vemos ejemplos de este estilo, por irreales que parezcan. Los cambios económicos y sociales de los últimos lustros han provocado la aparición de una nueva juventud que no aporta capital social y es incapaz de construir sociedad, ya que tan sólo consume y reclama derechos. Son el producto de una forma de pensar incrustada en algunos padres y madres que miran sólo el corto plazo sin valorar las repercusiones de la educación que dan a sus hijos. Sus omisiones y su laisser faire han llevado a que sus retoños hayan crecido sin límites. Para educar, hace falta cabeza clara para conocerlos, y fortaleza para ponerlos y mantenerlos. Pero esos padres parecen no tener ninguna de las dos cosas. No son un referente con el que sus hijos se puedan identificar, por la debilidad de su pensamiento y de su voluntad. Van a mínimos y no a máximos, los sobreprotegen y educan de forma materialista, dándoles de todo antes de merecerlo o necesitarlo, con lo que los chicos se vuelven egocéntricos, comodones y con un bajo umbral de frustración. No desarrollan su capacidad de compromiso ni la capacidad de servir y no saben trabajar en equipo, porque nunca lo han hecho en casa. La idea de que "todo vale y nada tiene consecuencias" dura hasta que llegan a la empresa y se encuentran con que allí hay normas, sanciones y despidos. Entonces son expulsados del sistema, con el peligro de que formen bolsas de marginación y acaben siendo parásitos sociales. Estamos ante un nuevo tipo de trabajador al que podríamos denominar inútil laboral. No sirve para trabajar, porque no se implica ni se compromete siquiera con sus propias acciones. Va a la suya, y su trabajo carece de sentido. Podrían desarrollarse y crecer, pero no están habituados a esforzarse y no ven por qué han de hacerlo. Nadie les ha enseñado el valor de su trabajo y que, bien hecho, es necesario y útil para otros. No les han enseñado que su esfuerzo contribuirá a que se sientan realizados como personas y sean más felices. Los inútiles laborales son disminuidos en virtud - en el desarrollo de hábitos positivos-,lo que provoca que lleguen a ser incapacitados sociales permanentes: no saben ni ir a votar. ¿Cómo vamos a deshacer los entuertos que hemos creado?"
A menudo pienso si son una minoria o es la realidad. La gente no se moja, no se implica, ya no digo a nivel laboral, si no a nivel vital. No se cansan de mirar-se el ombligo?
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada