Dicho de la sociedad o de la civilización: Que está basada en un sistema tendente a estimular la producción y uso de bienes no estrictamente necesarios.
Algo será cuando la RAE ya incluye dentro dentro de la definición de consumo la descripción de una sociedad basada en él...
Hace tiempo que me planteo cómo funciona la sociedad en que vivimos. Critico aquello que no me gusta e intento aportar mi pequeño granito de arena para cambiarlo. Son tantas las cosas por hacer que a veces me abrumo, pero por algo hay que empezar. Gracias (o por culpa) de mi actual compañera de piso últimamente ando muy preocupada por el tema consumo. Y fijaros que siendo un solo tema, es tan amplio que también me abruma (cantidad de cosas inútiles que compramos, su origen, su proceso de fabricación, etc.). Así que para este post voy a concretar. Me voy a centrar mucho... tanto que lo voy a reducir a explicar mi experiencia para la compra de unos tejanos.
Primero el dilema de si los necesito o no (ya sabéis, nada de compras innecesarias... No puede haber un consumo ilimitado en un mundo finito... Y que está dando señales de llegar pronto a su fin). Después de haber agujereado dos de los tres tejanos que tenía pensé que sí, que quizá iba siendo hora de comprar unos.
Segundo el dónde: Estaba ya decidida a no comprar en grandes marcas (Benetton, C&A, H&M, Mango, Pimkie, Blanco o las varias de Inditex: Zara, Pull&Bear, Bershka, Stradivarius, etc.). Mi primer “schock” fue cuando salí a la calle a buscar mis tejanos y pensé... Si no los compró aquí... Dónde los compro? Y mi respuesta no fue fácil de encontrar. Aún quedan tiendas de barrio, pero pocas. Han ido muriendo porqué hemos dejado de comprar en ellas. Entré en algunas y me costó encontrar lo que buscaba... Estoy tan acostumbrada a poder rebuscar entre 20 modelos distintos en 5 tiendas distintas (o sabéis de algún sitio que a menos de 3 minutos de un Zara no haya un Pull&Bear, un Mango, un H&M u otros de la que ahora están en mi lista negra?) que fui incapaz de comprar en un pequeño comercio. Quizá fuera también que la agradable música de estos y la sonrisa de la dependienta preguntando si me podía ayudar no me incitaban a la compra, tanto cómo lo hace la música estridente a la que estoy acostumbrada. Así que me sorprendí a mi misma vagando por las calles de mi ciudad preguntándome si cumpliría el objetivo de comprarme unos pantalones nuevos. Y es que a parte de encontrar unos de mi talla, modelo y agrado (sale la vena presumida, pero sabemos que no es tarea fácil... o somos anchas de cadera, o tenemos “jamones”, o nos queda “fatal del culo”) tenía que aprender a comprar en un lugar nuevo y desconocido para mi... El pequeño comercio de barrio. Todo un reto por delante...
De momento no lo he conseguido, pero sigo buscando. Ya no siento terror ante lo desconocido cuando entro en una tienda pequeña y me ayudan a buscar pantalones de mi talla. Eso sí, aun me miran un poco raro cuando, mientras me los pruebo y los miro, rebusco la etiqueta para conocer el origen de los pantalones que voy a comprar. Ojalá existiera una etiqueta que me garantizara que a pesar de estar hechos en Marruecos, India, China o Bangladesh las personas que los han hecho han tenido un salario y unas condiciones “dignas” (Sé que el concepto dignidad puede ser muy amplio, pero no he encontrado una palabra mejor).
Y así estamos, poniendo un ejemplo más de qué vivimos en un mundo un poco loco, en el que comprar unos pantalones “limpios” puede resultar casi misión imposible.
Para aquellos que queráis leer un poco más sobre el tema, aquí os dejo un link muy interesante, que espero os ayude a entender, porque no quiero comprar más en Zara.